Cuántas veces hemos visto el típico documental
de la mujer pobre que tiene un hijo perdido, un malandro –sin intenciones de
ofender- como lo llamamos en Venezuela. La película El rumor de las piedras (2011), del cineasta Alejandro Bellame, es una muestra de ello,
por ejemplo. Hay quienes critican que las películas y documentales venezolanos
solo muestran el lado “feo” de nuestra sociedad. Critican, que el único escenario
que muestran es el de los delincuentes, los barrios, etc. Ahora que un grupo de
jóvenes de otro tipo de ambientes, escenarios, realizan un documental, sale
todo el mundo a criticarlos porque son unos básicos, unos pitiyanquis, unos
locos sin vida, en fin, unos “riquitos” ¿Quién entiende a la gente?
La polémica sin sentido que se ha
desatado por el documental Caracas una
ciudad de despedidas dirigido por Ivanna Chávez Idrogo, me ha entusiasmado
a escribir esta nota con las cosas que pienso acerca del trabajo de estos jóvenes
“antipatriotas”, como los denominó el Diario Ciudad Caracas el día de hoy. De
hecho, desde hace unos días estaba por escribir acerca de esta temática, después
que una profesora dijera en clase, que “los que no creen en las instituciones
del país, no merecen llamarse venezolanos”. Pero creo que es mejor dejar ese
tema para una próxima nota. Por ahora me concentro en dar mi opinión sobre el precitado
documental.
Me pregunto, ¿qué sentirán las
personas pobres cuando escuchan que son utilizados para hacer una película
donde se muestran rasgos de la situación en la que viven?, o también, ¿qué dirán
“los malandros”, “los tukis”, de la cantidad de cosas que se dicen de ellos?
Desde mi punto de vista, creo que no deben sentirse muy bien, y ahí podría estar
incluso –digo yo- la causa de tanto resentimiento entre pobres y ricos, entre
el socialista y el “burgués”. Los cineastas y documentalistas están cansados de
hacer films en los que el protagonista es la persona humilde, y donde todo se
basa en las peripecias que tienen que pasar para sobrevivir en Caracas, en el
barrio, en esa ciudad de despedidas que según los productores del documental
que lleva ese nombre, es la realidad caraqueña.
La creadora del documental declaró
mediante un comunicado que “no es una cuestión de discriminar a un grupo, es de
exponer a otro y no es para ofender a nadie, es para compartir lo que algunos
sentimos”. Punto de partida: todos somos libres de expresar lo que queremos (Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela, artículo número 20). Sí, claro que sí.
Y es aquí donde apoyo a estos jóvenes de la clase media caraqueña, del este,
bueno sí, los “riquitos esos”. Queramos o no, se termine de instalar el
socialismo o triunfe la “burguesía” con su “capitalismo popular”, las clases sociales
siempre van a existir, aún cuando sabemos que todas “las personas son iguales
ante la ley, y en consecuencia, no se permitirán discriminaciones fundadas en
la raza, el sexo, el credo, la condición social” (Artículo 23 de la Constitución).
Para nadie es un secreto que Caracas se ha
convertido en una de las ciudades más peligrosas de Latinoamérica y del mundo
entero. Y decir, por ejemplo, que las posibilidades que tiene la clase media “de
sufrir el impacto del hampa son menores que las de quienes viven en barrios
populares” me parece una apreciación cierta, pero no generalizada. Si bien en
las barriadas se dan infinidades de robos a diario, la clase media se siente
desprotegida.
El discurso del documental de Ivana Chávez, y
otros jóvenes caraqueños, está dirigido a la cantidad de fugas de cerebros que
tiene el país. Cualquiera podría preguntarse ¿de qué cerebros estoy hablando?
Bueno y es que en verdad, a modo de crítica constructiva, los entrevistados en
este documental se expresan banalmente, tanto así que llegan a decir que se
quieren llevar a Caracas a otros país pero sin los caraqueños. Pero por qué
culparlos. Así como en El rumor de las
piedras se muestra la realidad de las clases depauperadas caraqueñas, en Caracas ciudad de despedidas se expone
lo que piensa la clase media, alta, súper alta, los ricos, o como se les quiera
llamar.
Si se “van demasiado” o no, pienso que es lo
de menos porque nadie puede vivir en un lugar donde no quiere estar. Al menos,
yo si percibo lo que según ellos quisieron mostrar con el documental: se van
por la situación y ¡qué chimbo, marico! que se vayan. Esa es su forma de
hablar, de relacionarse, esa es su manera de pensar. Aquí nos quedamos los que
no nos vamos demasiado.
tu y los demas pavos.
ResponderEliminarSifrinito de mierda
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