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viernes, 4 de mayo de 2012

Caos de un turista


                Al principio toda era una maravilla. Eso era una sola entradera y salidera de la casa. Nunca paraba la pata, bueno, casi que ni dormía. La propia vida del turista que raspa las tarjetas pero que tiene extremo cuidado con el exceso. Un miedo enorme que no se compara ni con el que da montarse en esas montañas rusas que lo baten a uno como una licuadora. Las manos no me eran suficientes para cargar las compras. Las tenía rojas e hinchadas. Prácticamente andaba pasando trabajo con esas bolsas, pero ¿quién se va a quejar de andar compra que te compra?
                Pero poco a poco todo fue cambiando. El “guachi-guachi” me obstinó. Donde colocaba un pie escuchaba una mezcla de sonidos extraños, raros para lo que estoy acostumbrado a oír. Me fastidiaron las cajeras con su ¿Cash?, que para mí era como cas, sin che. Nunca entendí que significaba aquella mezcla de palabras que me decían cuando iba a cancelar en una tienda, algo como jou yul pei, que no se si era una pregunta, un regaño o una propuesta para salir ¡Que frustración no poder decir nada!
                Limpiecito quedé en menos de dos semanas. Esos billetes verdes con caras de gente que me miraban fijamente, volaron como vuelan los aviones del aeropuerto que es, eso sí, una belleza. Bueno y es que por allá todo es una belleza. Dígame esos parques: verdecitos con esas catiras trotando; los centros comerciales, que allá los conocen con otro nombre –que por cierto suena chévere- son grandotes, ¡y ese poco de tiendas! una al lado de la otra, provoca comprar. Lástima que los reales nunca le alcancen a uno.
                Pero lo que hizo desilusionarme tan rápido fue la cantidad de dinero que se me fue en la gasolina ¡Noooo mi amigo! Aquí eso es como comprarse una canilla en la panadería, y allá, te quitan casi que todos los reales con una sola recarga ¡Ahí fue donde dejé los billetes!
                Sin media locha, sin hablar nada de eso que ellos hablan y fastidiado de la comida, agarré mis maletas y diciendo “bye bye” desde el avión, me regresé a mi país. Al llegar, ya en mi mente algo estaba claro: “no volvería jamás”. Me sacaron todo lo que había comprado, me dijeron que gasté mucho y para más remedio me multaron. Por estar de inventador se me fueron los reales y lo que llegué fue cansado.

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