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jueves, 24 de enero de 2013

Reynaldo Armas, cantante y compositor



El cardenal más famoso de Venezuela 
 Los conucos de maíz, el penetrante humo del fogón de la casa de sus padres y el sonar del arpa, el cuatro y las maracas fueron testigos del crecimiento de Reynaldo Armas, el más alto exponente de la música llanera venezolana. Más tarde, el cantar de los pájaros le motivó a abrir la boca, tomar aire y soltar una versación fascinante, de la belleza de la mujer, del amor a la Patria, de la vida. Así de repente, tras el tesón  y el trabajo, un día abrió los ojos y estaba en la cúspide de la fama, en la posición número 1 de la música criolla de su país. Dejó el nido y se fue a volar alto el Cardenal sabanero, Don Reynaldo Armas


Foto por Daniel Machado
“En un Rincón guariqueño, ay guariqueño en las costas del Unare, está el pueblo zaraceño, ay zaraceño, rinconcito inolvidable…” –Tierra bendita (1980)


“Está con nosotros el cardenal sabanero, Reynaldooooo Armas” –resuena desde una tarima la voz del animador. 


Reynaldo Armas, el cantante número uno de la música llanera venezolana, aparece cual relámpago en un parrando llanero que tiene lugar bajo la frondosa ceiba de un club en Zaraza, en el oriente del estado Guárico. La gente se para de las sillas. Los que están alejados voltean acompasados la cabeza. Los sombreros pelo e’ guama se fijan en una misma dirección, mientras la brisa de los efusivos aplausos mece las ramas de los árboles. Reynaldo Armas está sentado en el fondo de la parranda llanera. La mesa rodeada de hombres y mujeres ensombreradas se convierte de pronto en set de fotos. El güisqui postrado en la mesa, recibe el flash de cientos de teléfonos que captan fotografías. La gente se emociona, se acercan. Las mujeres lo abrazan, lo besan. Reynaldo no cantaría en la parranda, pero se roba el show del evento.


El hijo de un compadre de Reynaldo informa en una bodega que el cantante estuvo hasta las 10 de la mañana en la fiesta. Acostumbra hacerlo. Otros informantes dicen que está reunido en El Cují Grill, un restaurante campestre de Zaraza. No está en la casa de su madre. Tampoco en la casa de su compadre. No tiene reservación en ningún hotel de la zona. Localizar a Reynaldo Armas en Zaraza, un pueblo donde se encuentran muchos de sus más grandes amigos, no es tarea fácil. Su traslado de un lugar a otro en su Ford Runner es interrumpido por paradas no programadas. Donde ve a un conocido se estaciona, toma güisqui, juega dados o conversa. Poco después de las 8 de la noche llega al Hotel Unare, donde acostumbra hospedarse en Zaraza. Es 31 de diciembre y Reynaldo no está con su familia.


“Aquí está el cardenalito, el cardenal de los llanos guariqueños. Nací en el 53, 4 de agosto en una noche de invierno, el campo los Guatacaros, suelo santamarieño me recibió una mañana con relámpagos y truenos” –Aquí está el cardenalito (1994).

“¡Reynaldo!, pero tú estás igualito, no te pones viejo”, dice una señora cuando se encuentra de frente al cantante. Se saludan, se toman fotos. Reynaldo luce una cabellera entre gris y blanco. El negro poco se nota. Viste jovial: camisa de cuadros y zapatos deportivos. Suma 59 años de edad, 33 de vida artística, y entre otras cuentas y números, alrededor de 11 hijos de diferentes madres y más de 400 temas musicales en 29 producciones discográficas. Es el menor de cuatro hermanos. Sus padres, ya fallecidos, lo trajeron al mundo en el fundo Los Guatacaros, en Santa María de Ipire, lugar donde vivió parte de su infancia, pues su familia se trasladó a Caño Morocho, cerca de la población de Zaraza. Viene de raíces humildes, de laboriosos del campo, de maizales y algodonales en los que trabajó como jornalero. Embraguetado en las faenas del campo, como se le denomina en el llano al hombre trabajador, el máximo exponente del joropo venezolano hace retrospectiva: “Yo era un campesino, ¿por qué lo voy a negar? –alza la voz- Yo trabajaba en conucos con mi papá”. 


Indio me dice la gente y para mi es un honor, soy además complaciente, popular y juguetónEl indio (1981)


El arpa, el cuatro y el bajo son tres de los instrumentos musicales que hacen posible el contagioso ritmo del joropo. Faltaría nombrar los capachos o maracas, con los que se puede dibujar una escena cuyo protagonista es un niño de 12 años, campesino, de camisa, pantalón y botas. Ese niño era el hijo de Nicasio Armas Figueroa y Modesta Enguaima Hernández. Solía escaparse a las parrandas llaneras que se formaban cerca de su casa. Joropo desde la tarde hasta la mañana, zapateo suave y recio. Llegaba y pedía tocar las maracas. Quizás el sonido de las semillas, cubiertas por el capacho marrón, inspiró a Reynaldo a escribir su primera canción, Mi primer amor.


En 1968, aquella Zaraza de aceras rotas y ladrillos flojos que soltaban barro al pisarlos, de casas coloniales y largos zaguanes, se convirtió en el lugar donde Reynaldo, quinceañero para esa época, se presentó por primera vez públicamente y su voz adolescente se escuchó a través de la radio. Eso ocurrió un domingo: “Caminé desde Caño Morocho hasta Zaraza, me calé la carretera a pié para llegar a la Plaza Bolívar desde donde se transmitía el programa Caminitos de Zaraza”. El arpista era el maestro zaraceño José Antonio Blanca, quien 44 años después, asegura recordar el temple de Reynaldo. “Un muchacho muy dedicado, disciplinado. Desde jovencito le gustó escribir sus propias canciones, no le gustaba cantar canciones de otros copleros”. 


Aquel “campesinito”, como se define el intérprete, llegó a tierra zaraceña y se ganó unos cuantos aplausos. Desde entonces se comenzó a entusiasmar. Participó poco tiempo después en un festival de contrapunteo. “Yo quedé de tercero. Me tocaban 200 bolívares de premio, pero el público se reunió y me dieron 1500, más de lo que había ganado el primer lugar”, recuerda. 


Reynaldo estudió hasta bachillerato. Es un hombre muy inteligente. Sus canciones son letras profundas, anecdóticas, llenas de sentimiento y raciocinio, analíticas, coherentes. ¿Dónde halló el talento, las palabras, la expresión? Asegura que fue en el camino de la vida, viendo el entorno y observando a los demás. Habla bien y de todo. “Dios le dio el don de ser poeta”, dice Rummy Olivo, amiga y comadre del cantante, quien además asegura haber recibido su apoyo para lograr posicionarse como una de las más reconocidas figuras de la canta criolla venezolana.


“Un indio llegó a mi pueblo vestido de cardenal” –Armando Martínez, El orgullo del indio.


Recién cumplidos los 18 años, llegó a Caracas, lugar donde ha vivido por 41 años. Vestía una guayabera amarilla. Lo recibió Felipe, un taxista portugués amigo de Margot, su hermana menor. Lo montó en su taxi y lo llevó hasta su casa en la avenida los Cármenes, en Nuevo Circo. Ahí vivió debajo de una escalera: un pequeño cuarto que servía de depósito de basura. “El portugués me acomodó una cama angosta, y ahí dormía”. Para aquél entonces la música llanera no pasaba de Tazón, asegura el cardenal sabanero, quien no sabía que años más tarde se convertiría en el impulsor de la música llanera venezolana, en ese mismo indio que llegó a Caracas “con un pincel en la mano y un lienzo para pintar, pidiendo humildemente que lo dejaran cantar”, letra que el afamado cantante y compositor Armando Martínez dedicó a Reynaldo Armas en su éxito El orgullo del indio. 


Es un hombre fuerte, resistente, un trabajador constante. “Uno se hace duro, inquebrantable ante las adversidades”, dice el también propietario de tiendas y restaurantes en varias ciudades de Venezuela y Estados Unidos. Vive su vida con los pies puestos en la tierra, con firmeza y convicción. Lo de resistente y trabajador se puede constatar por el oficio que realizó pocas semanas después de haber llegado a Caracas en 1971. “Conseguí  trabajo en una repartidora de cervezas. ¡A bajar y subir cajas de cerveza, mano!”, comenta.
Foto por Daniel Machado

En la esquina de su residencia se encontraba un pequeño bar llamado El Algodonal. Era difícil encontrar en Caracas un lugar donde sonara el arpa, el cuatro y las maracas, donde los copleros gritaran “¡Aaaaaaa!” y ese alarido levantara el ánimo de las personas, encendiera la fibra llanera del citadino. Él lo consiguió. Le permitieron tocar los capachos y aprovechó la oportunidad para improvisar algunos versos. Lo que nunca demostró fue sus pasos de baile, en lo que considera nunca ha sido bueno. En aquel bar, vieron su empeño y sus ganas de cantar y al poco tiempo le presentaron al maestro José Romero Bello, a quien reconoce como su padrino e impulsor. Posteriormente, era fácil encontrar al cantautor en un local nocturno de música llanera llamado La Apureña, propiedad del maestro Bello, lugar de donde salió un día con tambaleos, nervios y emoción a grabar su primer disco. Donde nunca se vio al cantautor fue en discotecas. Asegura que nunca le ha gustado el “pum pum pum” ni el ruido excesivo de estos locales nocturnos. 


“Mi amigo el camino me enseñó a cruzar los ríos, el estero, la montaña y el palmar, dio matiz a mi canción, refrescó mi inspiración con brisas del chaparral” –Mi amigo el camino (1979)


El recientemente nominado a los Premios Grammy de la Música Latina, se desabotonó el Liqui liqui y lo colgó. De lo que nunca se ha deshecho es del sombrero pelo e’ guama blanco que acostumbra lucir. “Yo quería que la música llanera llegara a la televisión, pero había que hacerla más urbana y menos rural”. En 1980 logró llegar a las pantallas de Venevisión con sus temas Laguna vieja, El primer amor y Lucerito. Su trabajo ha sido continuo, perseverante, constante. Donde llega recibe los aplausos, palmadas en la espalda, estrechadas de mano, muestras de afecto. Lo llaman Don Reynaldo Armas, no por su edad, sino por su legado artístico. 

La entrevista se realizó durante la última noche del año 2012 en Zaraza.

El también incursor en la política venezolana, quien inscribió y perdió su aspiración para convertirse en gobernador del estado Guárico en 2008, comenta que ha cambiado y madurado como ser humano a lo largo de toda su carrera artística. Si no lo dijera, se podría comprobar al menos por sus cambios físicos. El más notorio es la canosidad de su cabello. En 1975, cuando lanza su primer álbum Yo también quiero cantar, el cardenal sabanero era un joven de 22 años, cabello negro con patillas largas, flaco como el silbón. Cuando lanza su segundo álbum La inspiración del poeta, Reynaldo luce su pelo crespo de lado, peinado que cambia en el 79, cuando en su producción número 3, Cantor, poeta y pintor, se peina hacia atrás. Y así van pasando los años y a la vez van creciendo los éxitos: La flor de la amistad (1980), El indio (1981), Todo un señor (1982), solo por nombrar algunos. En 1991, Reynaldo tiene 38 años, y con ellos, 15 producciones discográficas. La portada del disco El amor y la envidia muestra a un cantante sonriente como siempre, de traje levita, con un bucle en su cabellera que no teme en mostrar canas. 


En el 95, ya las canas son una realidad. Se difuminan en todo el cabello, pero se le asoman más a los lados. En el 2000, con la entrada del nuevo milenio, comienzan a pintarse en el rostro del cantante los rasgos que posee en la actualidad. Cinco años más tarde, lanza su producción Tu cantante favorito en la que estrena su éxito Los viejos están mandando. Para ese entonces, Reynaldo tenía 52 años y su cabello estaba parcialmente lleno de blanquecinas y griseadas. A sus 59 años, cumplidos en agosto de 2012, el cardenal sabanero no tiene problema en lucir sus canas, sus arrugas y los detalles que le dejan los años. No se queja de su edad y asegura no sufrir de achaques. Vive enérgico y deseoso de vivir. Evita la melancolía y los complejos que según él, produce la inutilidad y la ociosidad. “El día que uno se desactiva lo que le espera es el hueco”.


Para Reynaldo hombre, padre y esposo, “Chucho” es primero. Es católico, de esos que tienen una capilla en su casa con José Gregorio Hernández, la Virgen del Valle, de la Coromoto, entre otras imágenes de la Virgen María. A Jesús también lo tiene en su rincón teológico. “Yo prefiero al Cristo sano, no al Cristo sufriendo en la cruz”. Habla con Dios a su manera. Lo trata de chamo. “Yo le digo, mira chamo, ¿cómo va todo? Necesito que me ayudes y que me sigas dando”, revela. Le reza al ánima del Pica Pica, a Pancha Duarte y al espíritu de su padre y su madre.


“Adiós amigo, me brotó del corazón, sentí gran desolación cuando le daba la espalda, un hueco grande donde su cuerpo cupiera y encima del poco e' tierra mi sombrero pelo e' guama” –La muerte del Rucio Moro (1987)


¿Y qué tendrá que decir sobre el sentimentalismo? ¿Llorará?

─ Yo le he sacado lágrimas a mucha gente sin querer queriendo. No me satisface ver a la gente llorar. Yo soy muy duro de llorar, pero…cuando exploto… exploto.
 

Para este venezolano, quien además obtuvo recientemente la ciudadanía de la hermana República de Colombia, la aflicción y la tristeza en su vida se da por muy pocas razones. La muerte de un ser querido es uno de esos motivos. Una de las personas que ha visto llorar a Reynaldo ha sido Rummy Olivo. Lo ha acompañado en dos de los más fuertes episodios de su vida: la muerte de su madre, Modesta Enguaima Hernández y su padre Nicasio Armas. Darle la última serenata a sus padres ha sido el acontecimiento más triste en el que la cantante ha compartido con Reynaldo.


Sobre la muerte tiene toda una teoría. Considera que es un hecho simple de la vida. “Yo hablo mucho de la muerte. Le pregunto a mis amigos ¿quién irá a barrajar la gorra primero?”, dice. Y aunque es católico, piensa que después de la muerte no existe la resurrección de la carne. “A través de los hechos que uno haya obrado en la vida es que se resucita”, dice con firmeza como quien defiende una hipótesis, una tesis.


Más que cantante, Reynaldo es conocido por sus colegas como un poeta, un ejemplo a seguir. “Él creó un estilo, una manera de componer en la música llanera. Siempre le digo que tiene que ser muy feliz porque los niños del llano quieren cantar como él”, dice la ganadora del Mejor Álbum infantil en los Premios Grammy Latinos 2012, María Teresa Chacín. La posición como primera figura de la música llanera venezolana la ha cosechado en casi 34 años de vida artística –que celebrará en agosto de este año. Se siente en su mejor época para componer. Dice que no va a parar de trabajar, de cantar y de disfrutar cada minuto de su vida. Piensa que todavía tiene público por ganarse.


¿Y qué hará el 31 de diciembre?, ¿por qué no está con su familia?, se preguntarán algunos. El último día del año, lo que para muchos supone reencuentro familiar, comida navideña, abrazo de feliz año, para Reynaldo Armas se reduce en un lugar oscuro, silencioso, tenebroso de por sí: el cementerio general de Zaraza, lugar donde reposan los restos de sus padres. Terminado el encuentro, el cantante subiría a su habitación y esperaría hasta poco antes de la entrada del año 2013. Se montaría en su carro y tomaría las calles de Zaraza: Las flores, Calle Bolívar, Comercio, hasta llegar al cementerio general. En la oscuridad de la noche ubicaría la tumba de sus padres. “Allí me sentaré con mi vasito de güisqui a hablar con ellos, a recibir el año nuevo”. 
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Una versión de esta entrevista fue publicada en la edición digital de la Revista Marcapasos. Ver semblanza

2 comentarios:

  1. Hermano Jorge, yo soy periodista y lo felicito por tan excelente crónica. Hacía falta un relato con esta sensibilidad para el gran Reynaldo Armas. Un abrazo y por supuesto mi admiración al Cardenal Sabanero.

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  2. excelente te felicito, muchos exitos

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