El cardenal más famoso de Venezuela
Los conucos de maíz, el penetrante humo del fogón de la casa de sus padres y el sonar del arpa, el cuatro y las maracas fueron testigos del crecimiento de Reynaldo Armas, el más alto exponente de la música llanera venezolana. Más tarde, el cantar de los pájaros le motivó a abrir la boca, tomar aire y soltar una versación fascinante, de la belleza de la mujer, del amor a la Patria, de la vida. Así de repente, tras el tesón y el trabajo, un día abrió los ojos y estaba en la cúspide de la fama, en la posición número 1 de la música criolla de su país. Dejó el nido y se fue a volar alto el Cardenal sabanero, Don Reynaldo Armas
Los conucos de maíz, el penetrante humo del fogón de la casa de sus padres y el sonar del arpa, el cuatro y las maracas fueron testigos del crecimiento de Reynaldo Armas, el más alto exponente de la música llanera venezolana. Más tarde, el cantar de los pájaros le motivó a abrir la boca, tomar aire y soltar una versación fascinante, de la belleza de la mujer, del amor a la Patria, de la vida. Así de repente, tras el tesón y el trabajo, un día abrió los ojos y estaba en la cúspide de la fama, en la posición número 1 de la música criolla de su país. Dejó el nido y se fue a volar alto el Cardenal sabanero, Don Reynaldo Armas
Foto por Daniel Machado |
“Está con nosotros el cardenal sabanero, Reynaldooooo
Armas” –resuena desde una tarima la voz del animador.
Reynaldo Armas, el cantante número uno de la música
llanera venezolana, aparece cual relámpago en un parrando llanero que tiene
lugar bajo la frondosa ceiba de un club en Zaraza, en el oriente del estado
Guárico. La gente se para de las sillas. Los que están alejados voltean acompasados
la cabeza. Los sombreros pelo e’ guama
se fijan en una misma dirección, mientras la brisa de los efusivos aplausos mece
las ramas de los árboles. Reynaldo Armas está sentado en el fondo de la
parranda llanera. La mesa rodeada de hombres y mujeres ensombreradas se
convierte de pronto en set de fotos. El güisqui postrado en la mesa, recibe el
flash de cientos de teléfonos que captan fotografías. La gente se emociona, se
acercan. Las mujeres lo abrazan, lo besan. Reynaldo no cantaría en la parranda,
pero se roba el show del evento.
El hijo de un compadre de Reynaldo informa en una
bodega que el cantante estuvo hasta las 10 de la mañana en la fiesta.
Acostumbra hacerlo. Otros informantes dicen que está reunido en El Cují Grill, un restaurante campestre
de Zaraza. No está en la casa de su madre. Tampoco en la casa de su compadre.
No tiene reservación en ningún hotel de la zona. Localizar a Reynaldo Armas en Zaraza,
un pueblo donde se encuentran muchos de sus más grandes amigos, no es tarea
fácil. Su traslado de un lugar a otro en su Ford
Runner es interrumpido por paradas no programadas. Donde ve a un conocido
se estaciona, toma güisqui, juega dados o conversa. Poco después de las 8 de la
noche llega al Hotel Unare, donde
acostumbra hospedarse en Zaraza. Es 31 de diciembre y Reynaldo no está con su
familia.
“Aquí está el
cardenalito, el cardenal de los llanos guariqueños. Nací en el 53, 4 de agosto
en una noche de invierno, el campo los Guatacaros, suelo santamarieño me
recibió una mañana con relámpagos y truenos”
–Aquí
está el cardenalito (1994).
“¡Reynaldo!, pero tú estás igualito, no te pones
viejo”, dice una señora cuando se encuentra de frente al cantante. Se saludan,
se toman fotos. Reynaldo luce una cabellera entre gris y blanco. El negro poco
se nota. Viste jovial: camisa de cuadros y zapatos deportivos. Suma 59 años de
edad, 33 de vida artística, y entre otras cuentas y números, alrededor de 11
hijos de diferentes madres y más de 400 temas musicales en 29 producciones
discográficas. Es el menor de cuatro hermanos. Sus padres, ya fallecidos, lo
trajeron al mundo en el fundo Los Guatacaros, en Santa María de Ipire, lugar
donde vivió parte de su infancia, pues su familia se trasladó a Caño Morocho,
cerca de la población de Zaraza. Viene de raíces humildes, de laboriosos del
campo, de maizales y algodonales en los que trabajó como jornalero. Embraguetado en las faenas del campo,
como se le denomina en el llano al hombre trabajador, el máximo exponente del
joropo venezolano hace retrospectiva: “Yo era un campesino, ¿por qué lo voy a
negar? –alza la voz- Yo trabajaba en conucos con mi papá”.
Indio me dice la
gente y para mi es un honor, soy además complaciente, popular y juguetón–El indio (1981)
El arpa, el cuatro y el bajo son tres de los
instrumentos musicales que hacen posible el contagioso ritmo del joropo.
Faltaría nombrar los capachos o maracas,
con los que se puede dibujar una escena cuyo protagonista es un niño de 12
años, campesino, de camisa, pantalón y botas. Ese niño era el hijo de Nicasio
Armas Figueroa y Modesta Enguaima Hernández. Solía escaparse a las parrandas
llaneras que se formaban cerca de su casa. Joropo desde la tarde hasta la
mañana, zapateo suave y recio. Llegaba y pedía tocar las maracas. Quizás el
sonido de las semillas, cubiertas por el capacho marrón, inspiró a Reynaldo a
escribir su primera canción, Mi primer
amor.
En 1968, aquella Zaraza de aceras rotas y ladrillos
flojos que soltaban barro al pisarlos, de casas coloniales y largos zaguanes,
se convirtió en el lugar donde Reynaldo, quinceañero para esa época, se
presentó por primera vez públicamente y su voz adolescente se escuchó a través
de la radio. Eso ocurrió un domingo: “Caminé desde Caño Morocho hasta Zaraza, me
calé la carretera a pié para llegar a la Plaza Bolívar desde donde se
transmitía el programa Caminitos de
Zaraza”. El arpista era el maestro zaraceño José Antonio Blanca, quien 44
años después, asegura recordar el temple de Reynaldo. “Un muchacho muy
dedicado, disciplinado. Desde jovencito le gustó escribir sus propias
canciones, no le gustaba cantar canciones de otros copleros”.
Aquel “campesinito”, como se define el intérprete, llegó
a tierra zaraceña y se ganó unos cuantos aplausos. Desde entonces se comenzó a
entusiasmar. Participó poco tiempo después en un festival de contrapunteo. “Yo
quedé de tercero. Me tocaban 200 bolívares de premio, pero el público se reunió
y me dieron 1500, más de lo que había ganado el primer lugar”, recuerda.
Reynaldo estudió hasta bachillerato. Es un hombre
muy inteligente. Sus canciones son letras profundas, anecdóticas, llenas de
sentimiento y raciocinio, analíticas, coherentes. ¿Dónde halló el talento, las
palabras, la expresión? Asegura que fue en el camino de la vida, viendo el
entorno y observando a los demás. Habla bien y de todo. “Dios le dio el don de
ser poeta”, dice Rummy Olivo, amiga y comadre del cantante, quien además
asegura haber recibido su apoyo para lograr posicionarse como una de las más
reconocidas figuras de la canta criolla venezolana.
“Un indio llegó
a mi pueblo vestido de cardenal”
–Armando Martínez, El orgullo del indio.
Recién cumplidos los 18 años, llegó a Caracas, lugar
donde ha vivido por 41 años. Vestía una guayabera amarilla. Lo recibió Felipe,
un taxista portugués amigo de Margot, su hermana menor. Lo montó en su taxi y
lo llevó hasta su casa en la avenida los Cármenes, en Nuevo Circo. Ahí vivió debajo
de una escalera: un pequeño cuarto que servía de depósito de basura. “El
portugués me acomodó una cama angosta, y ahí dormía”. Para aquél entonces la música
llanera no pasaba de Tazón, asegura el cardenal sabanero, quien no sabía que años
más tarde se convertiría en el impulsor de la música llanera venezolana, en ese
mismo indio que llegó a Caracas “con un
pincel en la mano y un lienzo para pintar, pidiendo humildemente que lo dejaran
cantar”, letra que el afamado cantante y compositor Armando Martínez dedicó
a Reynaldo Armas en su éxito El orgullo
del indio.
Es un hombre fuerte, resistente, un trabajador
constante. “Uno se hace duro, inquebrantable ante las adversidades”, dice el
también propietario de tiendas y restaurantes en varias ciudades de Venezuela y
Estados Unidos. Vive su vida con los pies puestos en la tierra, con firmeza y
convicción. Lo de resistente y trabajador se puede constatar por el oficio que
realizó pocas semanas después de haber llegado a Caracas en 1971. “Conseguí trabajo en una repartidora de cervezas. ¡A
bajar y subir cajas de cerveza, mano!”, comenta.
En la esquina de su residencia se encontraba un pequeño
bar llamado El Algodonal. Era difícil
encontrar en Caracas un lugar donde sonara el arpa, el cuatro y las maracas,
donde los copleros gritaran “¡Aaaaaaa!” y ese alarido levantara el ánimo de las
personas, encendiera la fibra llanera del citadino. Él lo consiguió. Le
permitieron tocar los capachos y aprovechó la oportunidad para improvisar algunos
versos. Lo que nunca demostró fue sus pasos de baile, en lo que considera nunca
ha sido bueno. En aquel bar, vieron su empeño y sus ganas de cantar y al poco
tiempo le presentaron al maestro José Romero Bello, a quien reconoce como su padrino
e impulsor. Posteriormente, era fácil encontrar al cantautor en un local
nocturno de música llanera llamado La
Apureña, propiedad del maestro Bello, lugar de donde salió un día con tambaleos,
nervios y emoción a grabar su primer disco. Donde nunca se vio al cantautor fue
en discotecas. Asegura que nunca le ha gustado el “pum pum pum” ni el ruido
excesivo de estos locales nocturnos.
“Mi amigo el
camino me enseñó a cruzar los ríos, el estero, la montaña y el palmar, dio
matiz a mi canción, refrescó mi inspiración con brisas del chaparral” –Mi amigo el camino (1979)
El recientemente nominado a los Premios Grammy de la Música Latina, se desabotonó el Liqui liqui y
lo colgó. De lo que nunca se ha deshecho es del sombrero pelo e’ guama blanco que acostumbra lucir. “Yo quería que la música
llanera llegara a la televisión, pero había que hacerla más urbana y menos
rural”. En 1980 logró llegar a las pantallas de Venevisión con sus temas Laguna vieja, El primer amor y Lucerito.
Su trabajo ha sido continuo, perseverante, constante. Donde llega recibe los
aplausos, palmadas en la espalda, estrechadas de mano, muestras de afecto. Lo
llaman Don Reynaldo Armas, no por su edad, sino por su legado artístico.
La entrevista se realizó durante la última noche del año 2012 en Zaraza. |
El también incursor en la política venezolana, quien
inscribió y perdió su aspiración para convertirse en gobernador del estado
Guárico en 2008, comenta que ha cambiado y madurado como ser humano a lo largo
de toda su carrera artística. Si no lo dijera, se podría comprobar al menos por
sus cambios físicos. El más notorio es la canosidad de su cabello. En 1975,
cuando lanza su primer álbum Yo también
quiero cantar, el cardenal sabanero era un joven de 22 años, cabello negro
con patillas largas, flaco como el silbón. Cuando lanza su segundo álbum La inspiración del poeta, Reynaldo luce su
pelo crespo de lado, peinado que cambia en el 79, cuando en su producción
número 3, Cantor, poeta y pintor, se
peina hacia atrás. Y así van pasando los años y a la vez van creciendo los
éxitos: La flor de la amistad (1980),
El indio (1981), Todo un señor (1982), solo por nombrar algunos. En 1991, Reynaldo
tiene 38 años, y con ellos, 15 producciones discográficas. La portada del disco
El amor y la envidia muestra a un
cantante sonriente como siempre, de traje levita, con un bucle en su cabellera
que no teme en mostrar canas.
En el 95, ya las canas son una realidad. Se
difuminan en todo el cabello, pero se le asoman más a los lados. En el 2000,
con la entrada del nuevo milenio, comienzan a pintarse en el rostro del
cantante los rasgos que posee en la actualidad. Cinco años más tarde, lanza su
producción Tu cantante favorito en la
que estrena su éxito Los viejos están mandando.
Para ese entonces, Reynaldo tenía 52 años y su cabello estaba parcialmente
lleno de blanquecinas y griseadas. A sus 59 años, cumplidos en agosto de 2012,
el cardenal sabanero no tiene problema en lucir sus canas, sus arrugas y los
detalles que le dejan los años. No se queja de su edad y
asegura no sufrir de achaques. Vive
enérgico y deseoso de vivir. Evita la melancolía y los complejos que según él,
produce la inutilidad y la ociosidad. “El día que uno se desactiva lo que le espera
es el hueco”.
Para Reynaldo hombre, padre y esposo, “Chucho” es
primero. Es católico, de esos que tienen una capilla en su casa con José
Gregorio Hernández, la Virgen del Valle, de la Coromoto, entre otras imágenes
de la Virgen María. A Jesús también lo tiene en su rincón teológico. “Yo
prefiero al Cristo sano, no al Cristo sufriendo en la cruz”. Habla con Dios a
su manera. Lo trata de chamo. “Yo le
digo, mira chamo, ¿cómo va todo? Necesito que me ayudes y que me sigas dando”, revela.
Le reza al ánima del Pica Pica, a Pancha Duarte y al espíritu de su padre y su
madre.
“Adiós amigo, me
brotó del corazón, sentí gran desolación cuando le daba la espalda, un hueco
grande donde su cuerpo cupiera y encima del poco e' tierra mi sombrero pelo e'
guama” –La muerte del Rucio Moro (1987)
¿Y qué tendrá que decir sobre el sentimentalismo?
¿Llorará?
─
Yo le he sacado lágrimas a mucha gente sin querer queriendo. No me satisface
ver a la gente llorar. Yo soy muy duro de llorar, pero…cuando exploto… exploto.
Para este venezolano, quien además obtuvo
recientemente la ciudadanía de la hermana República de Colombia, la aflicción y
la tristeza en su vida se da por muy pocas razones. La muerte de un ser querido
es uno de esos motivos. Una de las personas que ha visto llorar a Reynaldo ha
sido Rummy Olivo. Lo ha acompañado en dos de los más fuertes episodios de su vida:
la muerte de su madre, Modesta Enguaima Hernández y su padre Nicasio Armas. Darle
la última serenata a sus padres ha sido el acontecimiento más triste en el que la
cantante ha compartido con Reynaldo.
Sobre la muerte tiene toda una teoría. Considera que
es un hecho simple de la vida. “Yo hablo mucho de la muerte. Le pregunto a mis
amigos ¿quién irá a barrajar la gorra primero?”, dice. Y aunque es católico,
piensa que después de la muerte no existe la resurrección de la carne. “A
través de los hechos que uno haya obrado en la vida es que se resucita”, dice con
firmeza como quien defiende una hipótesis, una tesis.
Más que cantante, Reynaldo es conocido por sus
colegas como un poeta, un ejemplo a seguir. “Él creó un estilo, una manera de
componer en la música llanera. Siempre le digo que tiene que ser muy feliz
porque los niños del llano quieren cantar como él”, dice la ganadora del Mejor
Álbum infantil en los Premios Grammy Latinos 2012, María Teresa Chacín.
La posición como primera figura de la música llanera venezolana la ha cosechado
en casi 34 años de vida artística –que celebrará en agosto de este año. Se
siente en su mejor época para componer. Dice que no va a parar de trabajar, de
cantar y de disfrutar cada minuto de su vida. Piensa que todavía tiene público
por ganarse.
¿Y qué hará el 31 de diciembre?, ¿por qué no está
con su familia?, se preguntarán algunos. El último día del año, lo que para
muchos supone reencuentro familiar, comida navideña, abrazo de feliz año, para
Reynaldo Armas se reduce en un lugar oscuro, silencioso, tenebroso de por sí:
el cementerio general de Zaraza, lugar donde reposan los restos de sus padres. Terminado
el encuentro, el cantante subiría a su habitación y esperaría hasta poco antes
de la entrada del año 2013. Se montaría en su carro y tomaría las calles de
Zaraza: Las flores, Calle Bolívar, Comercio, hasta llegar al cementerio
general. En la oscuridad de la noche ubicaría la tumba de sus padres. “Allí me
sentaré con mi vasito de güisqui a hablar con ellos, a recibir el año nuevo”.
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Una versión de esta entrevista fue publicada en la edición digital de la Revista Marcapasos. Ver semblanza
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Una versión de esta entrevista fue publicada en la edición digital de la Revista Marcapasos. Ver semblanza
Hermano Jorge, yo soy periodista y lo felicito por tan excelente crónica. Hacía falta un relato con esta sensibilidad para el gran Reynaldo Armas. Un abrazo y por supuesto mi admiración al Cardenal Sabanero.
ResponderEliminarexcelente te felicito, muchos exitos
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