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miércoles, 22 de junio de 2011

Un niño pobre y un taxista necesitado

Foto no corresponde a la realidad del artículo.

Hoy, gracias a la lluvia me tuve que venir en taxi hasta mi casa. Creo que no es resaltante decir que en la autopista había una de esas colas de una hora, pero que uno se puede aguantar tranquilamente con un teléfono con música en las manos y unos audífonos bien puestos en los oídos. ¡Bueno, ya lo dije! Cuando venía llegando, como cosa rara, me encontré con otra cola, pero no me quejo porque gracias a ésta fue que nació todo lo que estoy escribiendo ahora (por cierto, por una extraña razón todo lo que escribo tiene que ver con un medio de transporte, es coincidencia).

El taxista era un señor de esos obstinados de su trabajo, criticón de todos los conductores que se desplazan en la vía y otro de los que disfruta al escuchar instrumentales clásicos, lo que resulta la excusa perfecta para que el trayecto se convierta en un concierto para mayores de 70 años. Yo, al darme cuenta de la situación interna en el taxi le di play a mi lista de música.

Venía distraído, cuando una situación que me llamó mucho la atención hizo que inmediatamente me quitara los audífonos. Un niño en el medio de la avenida, con apariencia callejera, humildemente vestido con ropa en mal estado, y con una cara de pobreza y hambre dibujada en su rostro, sostenía en sus manos un envase con jabón y un paño. Este, voluntariamente y como es de costumbre comenzó a limpiar el lado derecho del vidrio del taxi sin pedir permiso al taxista. Mayor grito el que pegó ese señor mientras golpeaba el vidrio al mismo tiempo: “¡Noooo, no lo limpies!”, pero el niño siguió haciendo su trabajo mientras cantaba uno de estos reggaetones nuevos, según pude escuchar.

De ser un solo grito, pasó a convertirse en un insulto aquella escena. El taxista bajó el vidrio y entre ofensas, sólo recuerdo que le gritó: “Que no lo limpies muchacho (grosería censurada), yo no te voy a dar ni medio”. Mi cara comenzó a moverse de un lado a otro como respuesta de que no estaba bien todas las palabras que ese señor le estaba diciendo al niño. Pero eso no fue todo. El niño no es de esos que se quedan callados: “No te preocupes ‘el mío’ que eso me lo paga Dios”, le respondió.

Silencio. El taxista subió el vidrio, apagó su música clásica y no contestó ni una palabra. Por su parte, el niño se fue hasta el carro de atrás y comenzó a limpiar el vidrio. Por suerte, el otro conductor si le dio unas monedas.

Hay tantos niños necesitados en Caracas, como gente inhumana como este taxista. Pero el valor de todo esto es que las palabras de una persona tan joven no fueron groserías e insultos, sino más bien la simple expresión humana de este niño de la calle (por llamarlo de esta manera), pienso yo, le dieron una lección de vida a esta persona amargada, que irónicamente trabaja diariamente con personas. Entonces, no solamente se es necesitado económicamente, sino también en el aspecto humano, en el trato con los semejantes.

Este artículo al igual que el anterior, son el reflejo en letras de historias reales que nos tocan vivir todos los dias. El mensaje final no es otro que estos niños no decidieron venir al mundo a vivir como viven, ellos no quisieran estar en las condiciones en las que se encuentran. Si no tienes dinero, no importa, pero trátalos bien, quizás el mismo Dios que espero con fe, le pagará a este niño, te depare a ti situaciones lejanas de la pobreza.

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