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viernes, 11 de julio de 2014

La desesperanza va a la universidad

Universidad Central de Venezuela. Foto: http://imagenfinal.net

Jorge Agobian | @jorgeagobian

Daniela Ramírez estudia en la Universidad Central de Venezuela. Hoy entra a sus dos clases, hace anotaciones en su cuaderno, revisa guías y libros que debe leer, pregunta sobre las asignaciones y entrega otras a sus profesores. Es la estampa de una buena estudiante. Veintes, dieciochos, diecinueves. Del primer semestre al octavo, en el que se encuentra ahora, sus calificaciones no bajan de 17. La excelencia académica en la universidad que “vence las sombras”.

Pero hoy, Daniela, de 22 años, al salir de sus clases va al rectorado. Quiere solicitar sus notas certificadas (de primero a octavo semestre) para “tenerlas por si acaso”. La estudiante quiere asegurar y blindar su último año en la universidad, y quizás también en el país. Además va recolectando los programas de todas sus materias y archivándolos en una carpeta que contiene los documentos requeridos para que la licenciatura venezolana tenga validez en otros países.

En un año, según la programación académica, Daniela debería estar graduándose. Toga y birrete, título universitario, certificación de notas. Y luego al ministerio de Educación Superior a apostillar su título, porque su plan es irse del país.

“El panorama es super oscuro. En el campo laboral se cierran las puertas y los espacios. La capacidad de ahorro es imposible, una persona licenciada gana más trabajando en tiendas, o teniendo un taxi, que ejerciendo su profesión…” Así va contando las razones por las que piensa lanzar el birrete al cielo y después tomar vuelo hacia otro país.

Cuando comenzó su carrera en 2010, cuenta que todo era distinto. “Venía con la emoción de ser universitaria, de graduarme, de conseguir un trabajo, de tener mi carro, mi casa...”. Ahora siente que su sueño es frustrado por “la situación desfavorable” que vive el país.

En el camino se fue desanimando de ejecutar su propio plan de vida en Venezuela. Daniela, quien ya a esta hora (después de siete horas en la cola) tiene sus notas certificadas, comenta que al principio pensaba irse fuera del país a hacer estudios de posgrado y luego regresar. “Pero en los últimos dos años he cambiado totalmente la manera de pensar”, dice quien ahora ve en el exterior su próximo lugar de residencia, su campo laboral y quizás su vida familiar.

Al mismo tiempo que Daniela va adelantando los trámites para certificar sus notas, en la oficina de la Dirección de Relaciones Consulares del Ministerio de Relaciones Exteriores, situada frente al Banco Central de Venezuela, hay inmensas hileras humanas para apostillar los títulos universitarios. Algunos amanecen afuera para poder hacer el trámite.

Todos los días Daniela va a la universidad, aunque su plan es claro. “Uno va todos los días porque hay que ir, porque ya me monté en este tren y ya casi termino, pero las conversaciones con los compañeros es la misma: casi todos pensando en irnos”.

Para ella el problema y la causa de su decisión de emigrar no es el gobierno ni la política, que también le aturde, sino la “descomposición social”. “No sé desde cuándo, pero la sociedad venezolana se convirtió violenta, resentida, gritona”, comenta mientras su ceño se aprieta. Y a continuación le hace una radiografía a la sociedad: “los venezolanos son los vivos que se empujan en el metro, los que arman un escándalo para comprar un paquete de harina o café, los que vivimos en una cola para todo y los que vivimos con miedo hasta en el campus universitario”.

Mientras habla su cara denota desánimo y asoma la tristeza. Dice que subsanar todo eso es muy difícil para ella y por eso ha decidido irse y asumir el riesgo de la inmigración. En un año y medio será su graduación y mientras tanto analiza los campos laborales en distintos países. La decisión pareciera que ya está tomada.

“No es un capricho querer irse”


Ramón Barreto también estudia en la Universidad Central de Venezuela. Su graduación está a la vuelta de dos semestres y la presentación de tesis. Tiene 21 años y desde los 18 trabaja en áreas asociadas a su carrera (Comunicación Social).

Siempre ha tenido en mente lograr independizarse, alquilar un lugar para vivir, pero comenta que el mayor intento de independencia fue hacer un viaje al exterior el año pasado y ya este año “es imposible” para él. 

Como joven, comenta, se ha restringido, ha destinado el fruto de su trabajo para pagar el transporte público y otros pocos gastos. Esas son algunas de las razones de su desánimo, las cuales comenta en conversaciones con sus compañeros de clases.

“La inseguridad me hace pensar hasta siete veces antes de salir. Si lo hago es un absoluto acto de rebeldía y porque aún, como muchos otros, luchamos porque este país y todas sus dificultades no terminen por llevarse los contados años de juventud que ni este gobierno, ni los futuros, ni ningún exilio, nos podrán devolver”.

Mientras Ramón asiste todos los días a la universidad, va tejiendo redes y buscando universidades y trabajos en el exterior que no requieran tanto papeleo “para salir a la brevedad”. Sin embargo, su emigración es condicional: dice que si consigue una “gran oportunidad” en Venezuela no la desaprovecharía.

“No creo que sea capricho querer buscar horizontes afuera, porque estaría dispuesto a hacer cosas con menor calificación en caso de que tenga que salir del país”, dice.

Cuando grite “U,U,UCV” en el aula magna y la emoción del logro lo invada, quizás ya habrá decidido.

“Hay que decidir entre el país y uno mismo”


Jesús Díaz estudia ingeniería electrónica, tiene 20 años y cursa el sexto semestre de la carrera. Hace dos años, cuando ingresó, pensaba que estudiaría la carrera que le daría el dinero necesario para vivir bien. “Uno siempre ha creído que ser ingeniero es sinónimo de comodidad y dinero, pero luego te das cuenta de que hay muchos manejando un taxi por ahí”.

Comenta que su papá también se graduó de ingeniero y pudo levantar a su familia y darles todo lo que hasta ahora tienen, pero asegura que eran otros tiempos. “Yo quisiera hacer lo que hizo mi papá: se graduó, trabajó, compró carro, casa, se casó, tuvo tres hijos, pero ahorita todo eso es demasiado difícil”.

Jesús estará estudiando durante al menos dos años y medio más para lograr su título universitario, pero a estas alturas, ya se pregunta si es mejor estudiar o trabajar. Entonces responde automáticamente que las dos cosas. “Aunque uno vea que va a ser taxista, se debe seguir estudiando porque tengo más oportunidades si estudio”, dice.

No descarta la opción de emigrar en el momento que obtenga su título universitario, pero dice que no es una decisión fácil, pues su plan de vida lo tiene hecho en Venezuela. “Uno vale en su propio país, en otro uno no vale tanto. Pero también uno debe decidir entre el país o la vida y la comodidad de uno mismo, que hasta ahora es más posible en otro lugar”. 

1 comentario:

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