Seguramente ustedes no saben lo que sufre un escritor sin fama, tirado en un templo de libros desde el rodapié hasta el techo. No saben lo que se tiene que arriesgar cuando uno es escritor. No, eso seguro no les importa. Yo empesé desde que era niño en esto, pero claro, si uno no tiene dinero no llega a ser grande, como esos que veo en el viejo televisor de mi casa.
Vivo todos los días escribiendo cosas importantes. Cosas que ¡de verdad son importantes! No como esos escritores de pacotiya que escriben de cualquier tontería. Yo si soy un buen escritor, porque se escribir, no tengo ningún herror de ortografía hasta el día de hoy. Cuido minusiosamente mi ortografía, mi acentuación, todo.
No entiendo porque la vida se comporta así con migo y aveces lloro mucho, porque sufro esto que nadie siente. Esta pena de ser un escritor que nadie toma en cuenta. Ni mis sobrinos, que eran las dos únicas personas que se sentaban a escuchar mis cosas ahora quieren hacerlo. Ya no me escuchan. Ya no los puedo obligar a escucharme y aplaudirme para sentirme bien. Ya esos muchachos cresieron.
Entonces no se que hacer en este mundo. Lo único que sé hacer es escribir, y lo hago a la perfexión. No voy a dar mi brazo a torcer porque este es mi talento. No voy a dejar que caiga ni una sola lágrima de mis ojos… pero… es que no puedo. Siempre digo que no voy a caer en crisis y ya estoy empezando a sentirme mal, ahogado, sin ilusción, sin nadie que me diga “¡Qué bueno tu artículo, Martín!”. Estoy en crisis, y quizás, mas tarde vuelva a este escritorio a seguir escribiendo, pero ahora no. Me voy a desahogarme allá afuera. Esto no es fásil, de verdad que no.
Por cierto, la computadora me pone algunas palabras en rojo. Ya está muy bieja, debo cambiarla.
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