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domingo, 4 de mayo de 2014

El nuevo salario mínimo

Con un mes entero de trabajo, a partir del próximo quince y último, un empleado podría comprarse un par de zapatos Converse a precio regulado. 4 mil 235 es el valor del calzado que impuso la Superintendencia de Precios Justos (Sundde) el pasado mes de abril. Con el restante (16,78 bolívares), el trabajador tendría para pagar el viaje de ida y vuelta en autobús, según los nuevos precios del pasaje. Todavía le restaría 1,78 bolos.

El nuevo salario mínimo venezolano anunciado por el presidente Nicolás Maduro es de 4.251,78 bolívares (más tickets de alimentación).

@jorgeagobian

Crónica: Caracas, Metro y guarimba

Si me hubiese tocado elegir entre el Metro y la camionetica, quizás no hubiese elegido ninguna de las opciones. Pero en Caracas no se elige, en Caracas se resuelve, se vive apostando a que las agujas del reloj vayan más rápido que los pálpitos cardíacos.

En la estación Plaza Venezuela, a hora pico, el Metro suele ser una sola bola homogénea de gente, un pegoste multicolor, multiolor, multihumor. El Metro de Caracas es tan bueno y tan malo que para evitar la explicación atiborraré lo que queda de párrafo con puntos suspensivos……………………………………………………………………………………………………….. Tan suspensivos como son los días caóticos en Caracas.

Pero ese día el metro no era un caos. En los vagones la gente se podía sentar y extender los pies. Un espejismo o quizás era consecuencia de la convulsión de lo que pasaba arriba, en la Caracas rebelde de marzo de este año, mes en el que se desarrollaron fuertes protestas en todo el país.

La razón de la sospechosa paz –que en estos tiempos es tan difícil de hallar- se debía a que la línea 1 (que moviliza 1.200.000 usuarios diariamente) funcionaba a medias. Exactamente así no, sino peor, lo anunciaba por los altavoces del sistema un trabajador. “Estaciones cerradas, repito, estaciones cerradas: Sabana Grande, Chacaíto, Altamira y Miranda. Recomendamos que no usen el metro”. Y lo repitió tres veces, con un malhumor inexplicable entre tanta paz. Sigo creyendo que quiso decir que recomendaban el uso del “transporte superficial”.

Bocas, ceños y narices se plegaron e hicieron una suela mueca en las caras de algunos usuarios. ‘Maldita sea’, fue la más sana de las insanas frases que se quedaron atrapadas en el vagón. Gente entraba, gente oía el anuncio, gente salía maldiciendo entre dientes. Otros alzaron sus voces, sus groserías y sus alaridos chocantes. Culparon al gobierno, a la Patria, a los “guarimberos” (otro calificativo para opositores). A todos ellos los maldijeron respectivamente.

No es fácil dejar de andar por el subsuelo para tener que lidiar con las colas, las cornetas y el calor humano, que a eso de las 6 de la tarde nadie soporta, que con candela y protestas en cada avenida la gente suele aborrecer, apoyar y volver a aborrecer de nuevo. Amor, odio, Caracas. “Pero tenemos Paaatria”, dijo uno al devolverse del vagón. El tráfico, la hora pico, el metro a medias, Caracas. “Lo ponen a pasar trabajo a uno”, susurró otro. Caracas es más o menos así. Es un sistema que tiene otro subsistema (el transporte). Si el segundo falla, la ciudad deja de ser ciudad. “De la madre”, exclamó una señora después de decir “el coño”.

Las puertas del tren se cerraron y el trayecto para los que no viajábamos a las estaciones prohibidas fue corto y placentero. Pero eso era simplemente en el sótano gigante de Caracas, que desde 1983 le hace la vida más llevadera a unos cuantos. Porque de los 2,104 millones de habitantes que tiene Caracas, alguna vez todos han usado el sistema de transporte subterráneo.

Al salir de la estación Los Dos Caminos –donde finalmente uno toma una chatarra ambulante que en capital venezolana no se le conoce como autobús, sino como “carrito” o “camionetica” por sus propias características –se acabó la fulana paz y empezó el calvario y el alboroto. De Los Dos Caminos a El Marqués la basura y la quemazón impedían el tránsito.

Gente sentada, parada, sudando; gente molesta y gente riendo. En la calle, otros con banderas, carteles, perolas. Los cansados y agotados frente a los que no se cansan y le dan duro a la cacerola. Mientras tanto Caracas seguía trancada, alborotada. En la autopista, según el reporte del tráfico, la cola era gigante. En Prados del Este, en El Cafetal, Las Mercedes, en Chacao y Altamira también.

Mi reloj marcaba las 7:47 de la noche, la hora que ya no era picúa. Y más calor. Y más posibilidades del atraco a mano armada. Y el cielo que ya estaba negro y la cola que mantenía a la gente guindando de una manilla oxidada, meciéndose con los largos frenazos de la camioneta.

Ni Metro ni camionetica. Si me hubiese tocado elegir quizás no hubiese elegido ninguna de las opciones. Pero en Caracas no se elige. En Caracas se resuelve.