Eufrocina, sale en comerciales de televisión en la actualidad |
Eufrocina es su
nombre de pila, pero Fina es el nombre cariñoso con el que la llama todo el que
la conoce. Se quedó Fina, la mae Fina. La historia de su vida se ha escrito
entre piezas de canciones, pizarrones verdes y tizas blancas, pasos de bailes y
actuaciones en tablas teatrales. Su rostro quedó guardado en los cassettes de
Radio Caracas Televisión, donde grabó varias novelas
......
JORGE AGOBIAN | @jorgeagobian
Especial Día Internacional de la Mujer
Un apartamento de 120 metros cuadrados se convierte en escenario en un abrir y cerrar de ojos. No hay luces ni reflectores. No hay tarima de madera. Lo que hace el papel de escenario es el centro del recibo –ubicado diagonal al comedor- cuyo espacio se encuentra interferido por una mesa. Tampoco hay público. La única butaca de este auditorio es un mueble verde ocupado por dos personas.
En segundos, sólo una de estas se encuentra sentada en el sofá. La otra, una señora mayor, de baja estatura, morena, de ojos aguarapados, se levanta, da un giro y comienza a bailar. “Es música contemporánea”, dice segundos antes de empezar a tararear: La la lá, la la lá. Alza un brazo hacia el frente y poco a poco sube una pierna hacia atrás. Levanta la otra mano. Hace un giro de muñecas. Brinca con estilo y gira nuevamente. Sigue cantando suavemente. La la lá.
Especial Día Internacional de la Mujer
Un apartamento de 120 metros cuadrados se convierte en escenario en un abrir y cerrar de ojos. No hay luces ni reflectores. No hay tarima de madera. Lo que hace el papel de escenario es el centro del recibo –ubicado diagonal al comedor- cuyo espacio se encuentra interferido por una mesa. Tampoco hay público. La única butaca de este auditorio es un mueble verde ocupado por dos personas.
En segundos, sólo una de estas se encuentra sentada en el sofá. La otra, una señora mayor, de baja estatura, morena, de ojos aguarapados, se levanta, da un giro y comienza a bailar. “Es música contemporánea”, dice segundos antes de empezar a tararear: La la lá, la la lá. Alza un brazo hacia el frente y poco a poco sube una pierna hacia atrás. Levanta la otra mano. Hace un giro de muñecas. Brinca con estilo y gira nuevamente. Sigue cantando suavemente. La la lá.
La demostración de baile no dura mucho tiempo. Pasan
algunos segundos y se incorpora nuevamente al sofá. Se talla el cabello poblado
de algunas canas y se dispone a conversar. “Yo hubiese sido la segunda Yolanda
Moreno, la bailarina”, sugiere al sentarse. Cruza la pierna y comienza a
moverla. Pareciera que los pies le piden seguir bailando, pero la artrosis no
le permite a Fina, de 75 años, continuar demostrando sus habilidades artísticas.
La vida de Fina, oriunda de Cabimas estado Zulia, se
puede dividir en varias etapas, todas relacionadas al área artística.
Desde pequeña sintió amor por el baile y la actuación. Después, a sus ventipico de años, al convertirse en maestra de educación básica, supo juntar su pasión por el teatro y las manifestaciones culturales con la agilidad de sus alumnos. Mucho más adelante logró hacer teatro, participó en telenovelas de Radio Caracas Televisión y hasta montó sus propias obras.
Desde pequeña sintió amor por el baile y la actuación. Después, a sus ventipico de años, al convertirse en maestra de educación básica, supo juntar su pasión por el teatro y las manifestaciones culturales con la agilidad de sus alumnos. Mucho más adelante logró hacer teatro, participó en telenovelas de Radio Caracas Televisión y hasta montó sus propias obras.
Yudith Rivas y Fina fueron en algún momento, la misma persona. A sus 15 años, motivada por la danza, decidió
cambiarse el nombre. Vivía en Caracas con su maestra, quien era su tercera mamá
–después de su madrina- cuando dejó sus
estudios secundarios en el tercer año. Nunca le gustó el bachillerato. Le huía.
“Fui a inscribirme en una escuela de danza y me cambié el nombre para que mi mamá no se enterara”. Se ríe y se recuesta en el sofá. Al final su mamá se enteró. “Para que tu veas lo mente de pollo que es uno cuando es joven”, dice incorporándose de nuevo al respaldo del mueble. Suelta una carcajada larga.
“Fui a inscribirme en una escuela de danza y me cambié el nombre para que mi mamá no se enterara”. Se ríe y se recuesta en el sofá. Al final su mamá se enteró. “Para que tu veas lo mente de pollo que es uno cuando es joven”, dice incorporándose de nuevo al respaldo del mueble. Suelta una carcajada larga.
Aunque quería ser bailarina, terminó estudiando en
el Instituto Gran Colombia, en Caracas, donde se graduó como maestra de
educación primaria urbana y maestra de kínder. La vida de esta mujer comienza a
mestizarse en las aulas de clase de la escuela petrolera Soconi 1, en Anaco, estado Anzoátegui, en las que combinó sus
innatos gustos por el teatro, la canción y la danza con el método de enseñanza
y aprendizaje.
“Seguramente mamá me hubiese dejado ser bailarina, pero nunca se lo dije”, comenta rebuscando entre recuerdos.
“Seguramente mamá me hubiese dejado ser bailarina, pero nunca se lo dije”, comenta rebuscando entre recuerdos.
“He dado más vuelta que un trompo”, dice llevándose
sus dos manos a la cara. Se ríe. “¡Ay Dios mío!”, exclama. Sigue riéndose
mientras sus manos limpian algunas lágrimas que se asoman de sus aguarapados
ojos. Continúa conversando. En los años 60 viajó a Estados Unidos donde estudió
inglés por 14 meses. Sus conocimientos sobre el idioma, a pesar del tiempo, aun
persisten en su memoria. Dice algunas palabras en inglés, como si estuviera
hablando spanglish –esa combinación entre
el español y el inglés. “Entre vuelta y vuelta” regresó de nuevo a Venezuela y
se dedicó completamente a ser maestra.
La mae
Fina se pone de pié y ahora convierte el recibo de
su casa en un salón de clases. La pizarra es un cuadro abstracto colgado en la
pared. Sus dedos están juntos, como si sostuviera una tiza. Comienza a
explicar. “El método que yo enseñaba para leer se llamaba Global y me
encantaba. Lo sigo defendiendo”, dice mostrando a tamaño completo sus ojos
negros. Comienza la clase.
“Simón compró unos cambures. Qué ricos los
cambures que compró Simón… Así enseñaba yo. Después los niños recortaban unos
papeles con las oraciones y yo les pedía que los ubicaran en una lámina grande…”
Se dedicaba completamente a ser maestra. Cuenta que
a veces no dormía, no salía, ni mucho menos iba a fiestas. Los viernes eran los
días estelares de Fina en el colegio. Organizaba actos culturales donde los
niños actuaban. “Yo decía ¿quién quiere cantar?, y los ponía a cantar, actuar o
decir poesías”.
Una colección de fotografías va resumiendo lo que
esta maestra hizo con sus niños. Se pone de pié y se dirige a la vitrina del
comedor. Regresa con las fotos en sus manos. La primera foto que Fina muestra
es la de un acto cultural donde convirtió a sus alumnos en flores. Ella era la
jardinera y regaba las plantas para que no se marchitaran. “Ese acto quedó
bello”, comenta contemplando la foto.
Aparte de dirigir el baile, también diseñaba y confeccionada los trajes de los niños y el suyo. Sus manos pegaron lentejuelas, figuritas y canutillos a cada una de las piezas que realizaba. Sus dedos unieron los puntos de las hiladas que coció a mano. Recortar y pegar papel. Medir y descocer trajes. El trabajo de una costurera o diseñadora de moda en manos de una maestra.
Aparte de dirigir el baile, también diseñaba y confeccionada los trajes de los niños y el suyo. Sus manos pegaron lentejuelas, figuritas y canutillos a cada una de las piezas que realizaba. Sus dedos unieron los puntos de las hiladas que coció a mano. Recortar y pegar papel. Medir y descocer trajes. El trabajo de una costurera o diseñadora de moda en manos de una maestra.
“Pasaba toda la noche haciendo un modelo y luego se
lo mostraba a las mamás. Las convertí en costureras a todas”, dice soltando una
carcajada. Además de jardinera, se lució en el escenario haciendo el papel de
anciana en un baile cuya música era de su autoría. Fue San Nicolás en un acto
en el que construyó el trineo de santa,
y como esos, muchos otros.
La dama de la TV
La jubilación de la mae Fina no vino dada por su
tiempo como docente. La causa fue la pérdida parcial de su voz, lo que ocasionó
su retiro de las aulas de clase. Poco tiempo después recuperó el habla y le
quedó como la tiene ahora: un poco ronca. Una voz carraspeada. Fina como su
nombre. No aguda, no grave.
En 1989 se convirtió en dama de la televisión y
actriz de teatro. Ese mismo año fue cuando se graduó de actriz en la Escuela
Nacional de Artes escénicas “César Rengifo”, y después de eso, comenzó su paseo
por novelas de la pantalla de Radio Caracas Televisión: Carmen querida, Rubí Rebelde, María María y otras tantas en las
que, si no hacía un “papelito pequeño”, actuaba como extra.
“En
la primera novela en la que actué metí la pata. Tenía que vaciarle un balde de
agua a una mujer, y yo sin pensarlo lo hice. ¡Juaaass! Le he vaciado ese poco
de agua a esa mujer”. Sube sus manos
nuevamente a su cara. “¡Ay Dios mío!” dice entre risotadas. Sigue contado la
anécdota. “La cosa era simularlo. ¿Qué
iba a saber yo de eso? Mojé hasta las cámaras. Pero esa escena quedó muy buena”.
Como actriz de teatro estuvo en varias obras. La
primera que viene a su mente es El
zoológico de cristal. “¡Ay, esa era bella bella bella!”, comenta. Luego
comienza a enunciar nombres de obras según lo que dicta su memoria: La hora menguada, El vendaval amarillo. Interrumpe.
“Hay muchas otras pero se me olvidan los nombres”. A pesar de sus 75 años, Fina
tiene buena memoria. Es enérgica, inquieta y “farandulera”, según una de sus
hijas.
A pesar del tiempo no se ha divorciado de la
pantalla chica. Ha estado en varios comerciales de televisión, y eso, no ha
sido por casualidad. “Un día mi hijo me dijo que estaban buscando una abuela
para un comercial y yo mandé mi foto”. En la selección, Fina quedó con el papel
y grabó su primer comercial de televisión. Desde ese momento, el teléfono fijo
de su apartamento repica de vez en cuando y al contestar “¡Suaaas! Me llaman
para grabar algo”, dice con las manos en el aire.
Cuando está frente a las cámaras, Fina se siente
serena, tranquila, se mete en el personaje. “Puedo reír, puedo llorar, lo que
me pongan a hacer lo hago”. Mientras habla de su experiencia va desmantelando
la epidermis de una piel que en el fondo está llena de sangre artística, de
pasos de baile: chachachá, joropo, paso doble, tuis, rock and roll. También se halla
una dosis de talento para escribir canciones infantiles. El caracol es el nombre de una de las piezas musicales compuestas
por ella. “El Caracol puso a bailar a todo el mundo”, dice. Recuerda la entrada
de la canción. Una melodía alegre, onomatopéyica. Paran pan pan pan tan tan. Comienza a cantarla.
Eufrocina ha hecho todo lo que ha querido hacer en
su vida. Piensa que sin la creencia y confianza en Dios no se puede lograr
nada. Quizás eso es lo que la hecho pasearse por todas las áreas en las que ha
querido. “Soy feliz y me gusta lo que he hecho y lo que hago”, dice. Quisiera
que las maestras de hoy día fueran como ella y sus colegas de aquel tiempo.
“Nosotras nos esmerábamos, hacíamos que los niños participaran, que perdieran en el miedo escénico”. Está segura de que eran otros tiempos, otra época. “Me gusta más mi época, me encantaría volver a vivirla”.
“Nosotras nos esmerábamos, hacíamos que los niños participaran, que perdieran en el miedo escénico”. Está segura de que eran otros tiempos, otra época. “Me gusta más mi época, me encantaría volver a vivirla”.